18 de junio de 2008

Doña Luz

Llegó a casa como por accidente. Coincidió que mi papá tenía que dar un banquete. Coincidió que ella había perdido el trabajo en "Los Flamingos". Coincidió también que después del banquete la necesitamos en casa.

La sirvienta... era el nombre que le dábamos a quien se ocupaba de ese trabajo; y la sirvienta fue el nombre que le dimos a ella.

Sin embargo Doña Luz fue entrando lentamente en nuestras vidas, lento como caminaba, lenta y sigilosamente como entraba a nuestra casa cada mañana.
Y se formaron rituales (hábitos también les dicen) en los que ella se volvió imprescindible: muñeca ladrando desde el primer momento que ella entraba a la casa... todos los días... las plantas del patio que crecían, verdeaban y floreaban solo bajo sus cuidados y regaños. Y la exquisita comida.

Siempre me llamaba, ya estuviera yo viendo la televisión, haciendo la tarea, cualquier cosa, para probar lo que estaba haciendo. Ella sabía que mi debilidad era "meter los dedos" en la olla. Yo sabía que su debilidad era que "le chulearan" su comida.

Como fueron pasando los años se fueron haciendo cotidianos los tamales de chipilín, los frijoles de la olla, el mole y los chiles rellenos que no picaban nada, las aguas frescas, el arroz rojo, el pollo asado casero.

Se fueron haciendo cotidianos también los trastes de Doña Luz, que a diferencia de los que habían en casa (utensilios de alta cocina de acero inoxidable que usaba mi papá) aportaban a los guisos la calidez y el sazón del barro, la madera y la edad. "Haga los frijoles en la olla presto" insistía mi papá, "los hace en un ratito y no gasta tanto gas". Pero ella sabía que la lentitud de su olla de barro, cociendo los frijoles toda la mañana, inundando la casa con olor a chipilín era ingrediente básico de nuestra comida, de nuestra casa.

La sirvienta, era el nombre que le dábamos a quién se ocupaba de ese trabajo. Para ella no era un trabajo, para nosotros dejó de serlo con el tiempo y se volvió sencillamente Doña Luz.
Nunca quiso sentarse con nosotros a la mesa, había que insistirle. Había que insistirle también para que fuera al médico si se enfermaba...

Fue envejeciendo a nuestro lado, en nuestra casa.

Llegó un momento en que únicamente cocinaba y atendía las plantas, hubo que pagar a alguien que le ayudara con el resto, hubo que contratar a una sirvienta.

Llegó a casa como por accidente, casi como por accidente se fue.

Tres médicos la vieron. Los dos primeros no encontraron que tenía, el tecer médico lo encontró sin darse cuenta o sin darnos cuenta a nosotros de la gravedad de su estado. -Hepatitis- dijo- únicamente vitaminas y dieta.

Se quedó en su casa. Tenía mucho dolor y cansancio y un color amarillo que mezclado con el oscuro cenizo de su piel daba un color de muerte.

Estaba animada, fuimos a verla ese día, a llevarle más vitaminas, a reanimarla. Estaba de pie, feliz de verme (yo no vivía más ahí, estaba de vacaciones), lloraba de la emoción.

Dijo que sentía que moriría, mi mamá la tranquilizó. No podía ser, ya estaba siendo atendida. Mi mamá había pagado un médico especialista para que la atendiera, después de que ninguno de los médicos del servicio público pudo ayudarla.

Esa noche murió. Una mezcla de sentimientos se desataron cuando mi mamá entró al cuarto esa madrugada.

Lloramos. Nos llenó la tristeza. -¿Qué te pasa? ¿Qué tienes?- Murió Doña Luz- ¿Quién era? - Pues ella era... ¿la sirvienta? ¿la señora que trabajaba en mi casa? ¿Mi nana? (tengo 21 años!)

No hubo palabras, murió Doña Luz. Así sin explicaciones. Así como por accidente. Así como llegó.

¿Cuál es el nombre que se le da a quien cuidó de ti, de tus plantas, de los tuyos? ¿Qué nombre tiene quien estaba en casa, sin palabras sabias ni consejos de vida, pero con una buena sopa de lentejas que te cambiaba la existencia, o unos duraznos en almíbar con propiedades terapeúticas?
Qué pobre es el lenguaje a veces, que no tiene la palabra para explicar, para explicarla a ella. Que rico y qué ingenuo es a veces, que de forma azarosa la llamó desde siempre lo que siempre fue: Doña Luz.

4 comentarios:

Sirena dijo...

Me pusiste a llorar... qué hermosa forma de describirlo todo, hasta las lentejas... tan linda doña Luz...

Niño Alex dijo...

Gran persona..gran relato!!

Pustulio dijo...

Increible! gran homenaje a doña luz :) cuando yo llegaba decía: marianita ahi vino el muchacho. Primero y no la conoci mucho pero la neta si me entristecio cuando supe que fallecio. :(

todavia dijo...

Tienes una prosa bellisima, creo que le hace justicia a la mujer que se adivina fue Doña Luz