Pero lo cierto es que no soy un gato. Ni siquiera me aproximo. No tengo la cautela ni el desapego. No soy sigilosa ni misteriosa. No soy un gato. Mi verdadera vocación es la zarigüeya.
Es por eso que cuando tú dices: "cambio: ya" mi mejor reacción, la que me nace de instinto, es fingir la muerte y quedar petrificada, hasta que "la amenaza" desaparece (o hasta que tú te acercas suavemente a mi "cadáver" y me dices: sé que no estás muerta, levántate y vamos, que el cambio es por los dos).
