5 de marzo de 2008

Cómplices II


Era la época en que ella trabajaba todo el día. Llegaba por lo regular tan tarde que nosotras ya dormíamos. Pero eso no impedía que habláramos. Ella siempre buscaba la forma de hablar, de convivir con nosotras aunque sea un rato. Y el rato que podía, era muy temprano en la mañana, al desayuno antes de ir a la escuela. Aunque ella llegara de madrugada, despertaba antes de las 6 para preparar el desayuno.
Lo cierto es que nosotras no desayunábamos así lo que se dice desayunar, y es que, a quién le da hambre a las 6 de la mañana? , y lo cierto también era que ella no sabe cocinar. Por lo que los desayunos de esa época eran una conjunción de sacrificios y buenas intenciones familiares.

Esa mañana el desayuno eran quesadillas. Bajamos de la habitación sintiendo un olor... a carbón. Llegamos muy dispuestas al desayuno y a la conversación detallada de nuestro día (el anterior, claro). Y estaba ella de pie, sartén en mano volteando a nosotras con una gran sonrisa:

-A quién le gusta lo quemadito?

Mi hermana y yo nos volteamos a ver casi con compasión:

-A ella...

Dijimos al unísono mientras nos señalabamos mutuamente, seguidas de una sonora carcajada de las tres.

1 comentario:

LaPichi dijo...

despues de tantas mañanas asi .. me empezo a gustar lo quemadito